Michael de Tomaselo hizo en una ocasión el siguiente comentario: “Las fuerzas sociales han modelado nuestro cerebro”. Cierto es, y forma parte de la biología del ser humano el ser animales sociales. Tenemos un fuerte sentimiento de colectividad, pertenencia e integración en el grupo. Esto forma parte de nuestro instinto de protección y supervivencia. Es el llamado efecto manada y el algo inherente a nuestra naturaleza. Esta fuerza instintiva es necesariamente moldeable, incluso manipulable con más facilidad de la que creemos.
Yo siempre complemento este comentario con la idea del cerebro colectivo; un compendio de individuos pensantes que forman un todo como si de una sola unidad de tratase. Con comportamientos y acciones uniformes. Algo muy similar a esas bandadas de centenares de estorninos que por arte de magia se mueven todos en la misma dirección sin tropezar unos con otros. En el marco político estas consideraciones se hacen más evidentes que nunca principalmente por los mecanismos que determinados políticos utilizan.
Ahora que han pasado las distintas y convulsas épocas electorales es un momento para la reflexión. Dejando a un lado aquellos electores cuyas preferencias ideológicas son fuertes y claras, en las cuales su decisión de voto ha sido y es inamovible. Le guste o no lo que hagan sus partidos, el voto a sus colores se mantendrá, aunque sea a regañadientes.
Derivado de una fuerte situación de crisis o de la magnificación de un problema socio-económico, el marketing político se centra más que nunca en el abandono de las razones, los hechos o los argumentos para centrarse en las emociones abonadas anteriormente por una situación crítica. Siempre ha sido así pero en los tiempos que corren esta estrategia política se ha multiplicado exponencialmente: la emoción siempre ha podido con la razón en política nos guste o no. Las emociones primarias y los símbolos son resortes poderosos que determinados líderes políticos saben manejar magistralmente.
Se vota principalmente a los que provocan sentimientos más adecuados, no a los que mejor argumentan su discurso. Las personas solemos creer en lo que queremos. La lógica es sólo un pequeño resorte que retorcidamente se inventa para apuntalar causas mayores: sentimientos, emociones, ideologías, palabras…
El cerebro colectivo está compuesto en ocasiones por la suma de pensamientos individuales pero otras muchas es el propio todo quien moldea y controla actitudes de las partes. Haciendo que los individuos en estos casos parezcan niños que se mueven en grupo, siguiendo a la profesora.
La nueva clase política sabe ahondar más si cabe a estas técnicas. Ha sabido cambiar los datos por las cualidades, las ideologías por las necesidades más simples y emocionales. Utiliza el lenguaje de la esperanza como un persuasor poderoso. Ya no habla de promesas. Sin embargo, el transmitir esperanza sigue siendo prometer con un lenguaje más emotivo. Abandona el discurso técnico, el de los programas, y busca emociones más básicas e inconscientes. Y el miedo está siempre presente, siempre. Mueve voluntades. La esperanza que compramos con nuestro voto es hija del miedo a la pérdida de muchas cosas de valor en nuestras vidas.
Es una nueva manera de hacer política. Debemos prepararnos al menos tratar de ser “conscientes” de ello.